Niño juega sentado en el paso entre hojas secas del otoño.

Cuáles son y cómo tratar las enfermedades de otoño

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Cada estación del año tiene un patrón de enfermedades característico. En la primavera, la varicela y las alergias ligadas a la polinización son la norma. Por razones obvias, en verano, los golpes de calor, deshidrataciones y las enfermedades vinculadas a piscinas y playas como las otitis proliferan. También otras, como la poliomielitis, por razones menos conocidas. El otoño e invierno, son las temporadas de los virus respiratorios.  

En la estación en la que entramos, las precipitaciones aumentan y conviven momentos de frío a primera y última hora del día con otros de calor, al mediodía.  Esto hace que las ventanas se mantengan cerradas más tiempo y las casas no tengan buena ventilación. También el uso de calefacción, que reseca las mucosas, podría predisponer a las infecciones. Hay estudios que demuestran que los virus se transmiten mejor en aíres secos.  

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No te pierdas el programa del Dr Shaps en la Red Hispana en el que hablará de las enfermedades de otoño y qué hacer para evitarlas.

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Alergia al polvo: los ácaros  

La menor renovación del aire facilita que las alergias al polvo se produzcan con mayor frecuencia y eso es por los ácaros que viven en las zonas más polvorientas, cálidas y húmedas de la casa como alfombras y armarios. Las sustancias que desprenden en el polvo que se encuentra en el ambiente son muy alérgenas.  

Una de cada cuatro personas muestra síntomas ante su exposición. La reacción del sistema inmune genera la inflamación responsable de los síntomas en la piel (picor e irritación), nariz (secreción nasal) y tracto respiratorio (tos y estornudos).  

La prevención consiste en eliminarlos del hogar. Con ese fin, instalar filtros en aires acondicionados o bajar la humedad de casa por debajo del 50% son medidas útiles. Abrir las ventanas y dejar pasar el sol también ayuda.  

Es clave quitar el polvo de las alfombras con aspirador, y de otros objetos, con paños humedecidos, así como lavar la ropa de cama a altas temperaturas. Tan importante como lavar es asegurarse de que sequen completamente.  

El tratamiento médico es sintomático con antihistamínicos y descongestionantes. En casos graves también se puede contemplar el estudio y terapia por el alergólogo.  

Infecciones respiratorias en las aulas  

Es en septiembre y octubre con el retorno a las aulas cuando los virus y bacterias respiratorios hacen su agosto. Por una parte, se trata del ambiente cerrado y por otro, la cercanía entre individuos en un mismo espacio. Este hacinamiento favorece el contagio de enfermedades transmitidas por gotitas nasales o estornudos como el resfriado y la gripe.  

El incipiente frío favorece la transmisión de estas infecciones. Hay estudios en ratones que indican que los virus del resfriado sobreviven más tiempo a bajas temperaturas. Otras teorías especulan que es la vasoconstricción de los capilares de la nariz como consecuencia del frío la que hace que lleguen menos defensas a la zona de entrada de los microbios. Esto sería lo que expondría selectivamente ciertas partes del cuerpo a dichas infecciones.  

Gripe versus resfriado  

Tanto la gripe como el resfriado se producen por virus y aparecen con fuerza a partir del equinoccio de otoño por los factores ambientales arriba comentados. Se contagian por secreciones o el aire cercano a la persona infectada o por llevarse la mano a la cara tras tocar superficies contaminadas.  

Los síntomas tipo malestar general y constipado se dan en ambas enfermedades por igual. Hasta ahí, las similitudes en el cuadro clínico. En la gripe además puede aparecer bruscamente fiebre alta y producir dolores musculares (mialgias) y óseos con fatiga importante.  

Literalmente en nuestras manos: se recomienda taparse la nariz con un pañuelo desechable al toser y estornudar. Los expertos señalan la importancia de lavarse las manos antes de llevárselas a la nariz o a la boca.  

Pero no sólo la higiene individual basta. En una época en la que el miedo a las vacunas prospera, es importante resaltar la importancia que tienen en mantener la salud comunitaria.  

El virus de la gripe (influenza) a diferencia de los del resfriado (rinovirus, habitualmente) tiene unas características físicas que permiten construir una vacuna eficaz y específica para los patógenos esperables de cada año. La recomendación para la campaña de vacunación de octubre es muy clara en las personas mayores y con enfermedades crónicas debilitantes.  

Una vez se contrae la infección, de nuevo los pilares terapéuticos contra la gripe y el resfriado coinciden: reposo e hidratación abundantes. Los fundamentos medicamentosos también son comunes: analgésicos como el ibuprofeno y antitérmicos, como el paracetamol, alivian los síntomas. Los descongestionantes y antitusivos pueden mejorar los síntomas del catarro.  

La relación entre las enfermedades otoñales es evidente. Tras haber padecido una alergia al polvo o infecciones víricas, algunos pacientes desarrollan el asma, otra enfermedad de mayor incidencia en otoño.  

Asma bronquial  

El asma es otra enfermedad que típicamente se agrava en otoño. Se trata de una enfermedad con una base genética (hay familias más predispuestas) y ambiental. Estos últimos factores son los que se potencian en esta estación. El asma produce un cuadro respiratorio de broncoconstricción que puede llegar a ser brusco y producir falta de aire (disnea) y pitidos en el pecho (sibilancias).  

Las emociones y ejercicio intensos también pueden desencadenar un ataque de asma en personas propensas genéticamente. El estrés es otro factor clave para el asma. Y en estas fechas el síndrome posvacacional supone un repunte del estrés.  

El tratamiento habitual consiste en inhalaciones de sustancias broncodilatadoras o/y de corticoides.  

La astenia otoñal: factores biológicos y mentales  

La astenia es un término médico para definir la debilidad y fatiga. Se puede originar de múltiples causas orgánicas como la anemia o alteraciones nutricionales. Sin embargo, la que ocurre particularmente en otoño se asocia a ana alteración del estado de ánimo.  

Éste podría tener su origen por la menor exposición a la luz solar y a la caída de las temperaturas propias de esta estación, lo cual altera nuestro biorritmo. Y es que tenemos un reloj biológico condicionado genéticamente regulado por la melatonina, una hormona producida en la glándula pineal (en el cerebro) con múltiples interacciones con otros órganos y con sistemas de neurotransmisores. Algunos de estos como la serotonina influyen decisivamente en el humor.  

El carácter estacional de las enfermedades nos permite prever los riesgos a los que nos expondremos en los próximos meses. Un lado positivo que hay que aprovechar.  

La importancia de la vitamina D en otoño 

La llegada del otoño implica menos horas de luz solar, algo esencial para que nuestro genere vitamina D.  

Entre otras funciones, la vitamina D es esencial para el buen funcionamiento de nuestro sistema nervioso, muscular e inmunitario; los músculos necesitan esta vitamina para moverse, y se necesita a nivel neuronal para poder comunicar nuestro cuerpo con el cerebro.   

Gran parte de la población tiene niveles bajos de vitamina D. Tener que pasar gran parte de nuestro día trabajando en lugares cerrados o en casa hacen que perdamos esas pocas horas de luz que tenemos al día durante todos estos meses. Sin embargo, la mayoría no es consciente que esa falta de vitamina D podría hacer que desarrollemos muchas enfermedades, algunas de gravedad, como pueden ser la diabetes (tipo 1 y 2), artritis reumatoide, ataques al corazón o, en algunos casos, incluso cáncer.  

Alimentos para mejorar las reservas de vitamina D  

En caso de tener unos horarios o una rutina que impida que podamos pasar un tiempo disfrutando de las horas de luz, podemos optar por modificar nuestra alimentación. Es difícil encontrar alimentos con cantidad suficiente de vitamina D para recuperar esa pérdida, pero podemos incluir algunos alimentos en nuestra dieta, siempre mejor cocidos que fritos, ya que disminuye hasta en la mitad el contenido en esta vitamina; que contribuyan a mantener esos niveles.  

  • Pescado graso: salmón, atún, caballa, dorada, trucha, sardinas, boquerones, etc.  
  • Huevos: la mayor concentración de vitamina D se encuentra en la yema  
  • Productos lácteos: queso, leche, yogur o mantequilla.  
  • Hongos y setas: como los champiñones o las setas shiitake.  
  • Carne de vacuno: partes como el hígado son preferibles.  
  • Vegetales y frutas: en menor concentración, pero se puede encontrar en frutas como el aguacate, pepinos, zanahorias o algunos tipos de col.  
  • Alimentos con vitamina D añadida en su composición: leches, zumos, cereales… Menos recomendables al tratarse de procesados.   

  

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