Un agente de la Patrulla Fronteriza revela la realidad de ser guardia de niños migrantes
Por Ginger Thompson para Propublica
Con la agencia siendo blanco de críticas por mantener a niños detenidos en condiciones deplorables, y por los comentarios racistas y misóginos publicados en Facebook, uno de sus agentes habla de cómo es realmente desempeñar su trabajo. “En algún momento la gente solo comenzó a aceptar lo que está sucediendo como una cosa normal”.
El agente veterano, con trece años en la Patrulla Fronteriza, llevaba casi un mes asignado al centro de detención de esa agencia en McAllen, Texas cuando, a fines de junio, apareció en ese lugar un equipo de abogados y médicos nombrados por un juzgado.
Al presenciar la miseria, el hedor de cuerpos sin bañar, y la mala salud y ojos vacíos de los cientos de niños ahí detenidos, los integrantes del equipo parecían haber quedado pasmados, pero, en solo unos momentos, su furia comenzó a correr por todo el edificio como una tormenta. Una de las abogadas salió de la sala de conferencias con el teléfono en la oreja y la voz temblando de urgencia y frustración. “Aquí hay una crisis”, recuerda el agente que la oyó gritar.
En ese momento, este mismo padre de un niño de dos años, cayó en la cuenta de que algo en él había cambiado durante sus semanas en el centro de McAllen. “No sé por qué grita”, recuerda haber pensado. “A nadie en el otro extremo de la línea le importa. Si les importara, esto no estaría sucediendo”.
El agente también recuerda que sintió pena por la abogada cuando volteó para continuar sus tareas. “Quise decirle que el resto de nosotros nos habíamos dado por vencidos”.
Es raro escuchar informes de los agentes de la Patrulla Fronteriza, sobre todo desde que la administración de Trump los colocó al frente del cumplimiento de sus medidas severas de migración. Típicamente, el acceso que tiene el público para con ellos es controlado y coreografiado. Cuando alguien trata de hablarles al no estar en turno, los agentes dicen que ponen en peligro su trabajo si comentan sobre este sin permiso. Por ende, gran parte de la agencia federal del orden público más grande del país (con unos veinte mil agentes que vigilan y controlan las fronteras y los puertos de entrada), sigue envuelta en secreto incluso de la supervisión del Congreso, y eso hace que sea casi imposible lograr que rinda cuentas.
Ciertos vistazos perturbadores comenzaron a llenar este vacío hace poco, e incluyen lo publicado recientemente cuando ProPublica obtuvo capturas de pantalla de un grupo secreto en Facebook de agentes actuales y anteriores de la Patrulla Fronteriza, los cuales mostraron que varios de estos, y por lo menos un supervisor, habían publicado comentarios groseros, racistas y misóginos sobre inmigrantes y miembros Demócratas del Congreso. Los comentarios abrieron el cuestionamiento para determinar si las condiciones deplorables en los reclusorios de la frontera se dieron por haber quedado fuera del control de la Agencia de Aduanas y Protección Fronteriza, como lo aseveraba esta, o más bien reflejaban su cultura.
Se dieron otros reportajes, como el de CNN, en el cual se indicó que ciertos agentes trataron de humillar a un inmigrante hondureño casi forzándolo a ser fotografiado sujetando un letrero en español que decía: “Me gustan los hombres”. The Intercept publicó aún más comentarios degradantes del grupo secreto de Facebook, e informó que parecía que la Jefa de la Patrulla Fronteriza, Carla Provost, alguna vez fue parte del mismo. Provost no ha comentado al respecto.
Pero había matices. Un recuento de la vida en un reclusorio de la Patrulla Fronteriza de las afueras de El Paso, Texas, publicado por The New York Times y The El Paso Times, reveló que dos agentes habían expresado a sus supervisores sus inquietudes acerca de las condiciones en ese lugar.
El agente que estuvo en McAllen durante el mes de junio no ve reflejada su realidad en ninguna de esas descripciones. Ese agente, quien tiene treinta y tantos años, es esposo y padre de familia y tuvo experiencia en el servicio militar en el exterior antes de servir en la Patrulla Fronteriza, pidió no ser identificado porque le preocupa que su franqueza le cueste su trabajo y lo coloque a él y a su familia en el centro de un debate público furioso relacionado con las políticas fronterizas de la administración de Trump.
Sus comentarios llegan en un momento particularmente tenso, debido a que los políticos de izquierda comparan los reclusorios de la Patrulla Fronteriza con “campos de concentración”, y los altos funcionarios de la administración de Trump, incluido el vicepresidente Mike Pence, descartan las descripciones de estas condiciones inhumanas como algo “no corroborado”.
Cuando se le preguntó acerca de los comentarios de Pence, el agente dijo que las descripciones condenatorias de las instalaciones, eran “más fundamentadas que no corroboradas”. Y, aunque no acogió el término de campos de concentración, tampoco quiso debatirlo. Buscó en voz alta una palabra que pudiera ser más precisa. Gulag era demasiado fuerte. Cárcel no se sentía lo suficientemente fuerte.
Finalmente, dijo esto: “Es como la tortura en el ejército. Comienza primero con privar del sueño, luego entran los nuevos y, como la privación del sueño ya es normal, entonces aumentan las cosas. Los siguientes continúan subiéndole, y así los que siguen, hasta que tienes una situación de tortura total. Y eso se convierte en la normalidad”.
Cuando se refirió nuevamente a las condiciones nefastas en los centros de detención de la Patrulla Fronteriza, agregó: “En algún momento de todo esto, la gente solo comenzó a aceptar que lo que está pasando es normal. Eso incluye a la gente a cargo de resolver los problemas”.
Habló detalladamente durante varias entrevistas, aclarando que los puntos de vista y las motivaciones que articulaba eran suyas exclusivamente. Dijo que él no está en Facebook, y mucho menos que fuera miembro de cualquier grupo secreto de la Patrulla Fronteriza en medios sociales. También agregó que no había presenciado conductas indignantes de parte de sus colegas cuando estuvo en McAllen, pero sí dijo que los agentes de planta de ese lugar tenían menos tolerancia, y que los había escuchado sermonear de repente a los inmigrantes jóvenes culpándolos por haber cruzado la frontera ilegalmente, además de negarles sus peticiones de alimentos o agua adicionales, o cuando solicitaron información acerca de cuándo serían puestos en libertad.
Mencionó que la mayoría de sus colegas quedan dentro de uno de dos grupos. Tenemos a quienes se rigen por “la ley y el orden”, y ven a los inmigrantes bajo su custodia principalmente como delincuentes. Luego agregó a los que “solo están cansados de todo el caos” de un sistema migratorio descompuesto sin poder percibir un final.
“El único fin que yo puedo ver de todo, sería si cambia algo después de las próximas elecciones”, dijo, refiriéndose a lo que podría finalmente acabar con el estancamiento en Washington sobre el tema de cómo reformar el sistema. “Puede ser que este presidente gane otra vez y el Congreso se vea forzado a trabajar con él, o que se elija a un nuevo presidente que haga las cosas de una manera distinta”.
Aparte de las entrevistas, el agente compartió una entrada del diario que mantuvo durante su tiempo en McAllen para tratar, tentativamente, de desglosar lo que él describe como la experiencia “más dura” de su carrera; un mes que le reveló una capacidad perturbadora para desapegarse.
“Mi experiencia en Texas hizo que me diera cuenta de que amurallé mis emociones para poder hacer mi trabajo sin que me lastimara”, indicó. “Vi a niños llorando porque querían ver a sus padres, y no pude consolarlos porque tenía a otros 500 o 600 niños a quienes tenía que vigilar, y debía asegurarme de que no se metieran en problemas. Lo único que pude hacer fue asegurar que estuvieran bien físicamente. No podía dejarlos ver a sus padres porque eso iba en contra de las reglas.
“Quizás no me gustaran las reglas”, añadió. “Podría haber pensado que lo que hacían no era la forma correcta de detener a menores. Pero, ¿qué iba a hacer? ¿Irme? ¿Qué diferencia haría eso en otra vida aparte de la mía?
Cuando se le preguntó si sencillamente dejaron de importarle las cosas, señaló: “Exactamente, al grado de que resulta algo peligroso. Pero al llegar a eso, se siente uno mejor”.
El agente agregó que parte de esa sensación viene de la experiencia. Él había estado en servicio durante administraciones tanto Republicanas como Demócratas; cada una de ellas con su propia crisis fronteriza y reacciones extremadamente mal vistas. Podría haber otras personas a quienes se les haría difícil percibir su agencia fuera del contexto de sus preferencias políticas, pero él dijo que no había entrado a la Patrulla por ser partidario ávido de un lado u otro. Este agente cuenta con un título universitario en justicia penal, y buscó empleo en una agencia federal del orden público que le proporcionara seguridad económica sin tener que vivir en el extranjero.
Incluso ahora, cuando su trabajo se ha convertido en un empleo sobre el que tanto él como su esposa prefieren no comentar en público por sentirse incómodos al respecto, lo que lo mantiene ahí es el sueldo de US$100,000 anuales que incluye tiempo extra y vacaciones pagadas. También cuenta con un seguro médico de primera, el cual cubrió casi todo el costo del nacimiento de su hijo, entre otras cosas. En poco más de diez años, al cumplir 51, quedará calificado para jubilarse con una pensión completa, la cual quizás no sea suficiente para comprar una casa en la playa, comentó, pero sí le dará la libertad de “hacer casi cualquier cosa que quiera, sin tener que preocuparme”.
El agente, alto, con buena condición física y cabello rubio cenizo, dijo que piensa en el tiempo que le queda en la Patrulla Fronteriza como si fuera la recta final de un maratón. Hace su trabajo con anteojeras puestas para no ver nada aparte de su familia y la raya de la meta final. “Empecé incluso a ir a seminarios acerca de la jubilación”, agregó. “Lo único que estoy tratando de hacer es aguantar esta próxima década”.
Señaló que ese era su pensar cuando llegó a McAllen. Era su primera vez en la frontera desde sus tiempos de novato, ya que durante la mayor parte de su carrera había estado en el este de los Estados Unidos investigando organizaciones contrabandistas, más que interceptando a inmigrantes indocumentados. Sin embargo, cuando grandes cantidades de migrantes centroamericanos comenzaron a llegar al Valle del Río Bravo, se hizo el llamado para que él y cientos de agentes de todo el país se trasladaran a prestar ayuda.
En su diario, el agente describe lo que vio cuando llegó al centro de detención de la Patrulla Fronteriza, como una “escena de una película de zombis del apocalipsis”.
Agregó que sus colegas se cubrían la cara con máscaras quirúrgicas y usaban guantes de hule porque había “enfermedades y suciedad por todos lados”. También mencionó que las instalaciones “parecían un complejo apartado en el cual el gobierno establecía la última zona de seguridad para aceptar refugiados que escapaban del virus maligno de los zombis”.
La escena que impactó más fuertemente al agente, ese primer día, fue la imagen de docenas de niños encerrados en jaulas. Es la misma imagen que se ha difundido este año, quedando plenamente condenada. Los niños parecían de la misma edad de su hijo de dos años, pero ahí terminaban las semejanzas. “Mi niño andaría corriendo y dando vueltas sin parar por todo el edificio”, dijo el agente. “Pero los niños de su misma edad en ese lugar permanecían inmóviles sin jugar ni correr aunque hubieran estado confinados todo el día”.
El agente indicó que sospechó que los niños estaban letárgicos porque no les habían dado suficiente de comer. Agregó que se preguntó por qué las cosas estaban así, pero que no buscó respuestas por no esperar encontrarlas. “Decidí no obsesionarme y solo hacer mi trabajo”.
Así pasaron varias semanas, viendo las cosas sin mortificarse por ellas. Comentó que su interacción con algunos inmigrantes en particular es borrosa. Recuerda vagamente a una empleada del gobierno que peinaba a una niña pequeña para quitarle los piojos del cabello; o a niños de 7 y 8 años caminando en círculo sin parar y llorando inconsolables porque los habían separado de sus padres; una madre adolescente que había enrollado a su bebé con una sudadera asquerosa que otra detenida le había prestado debido a que a ella la habían obligado a tirar toda la ropa que traía consigo.
Solo unos cuantos de esos encuentros se mencionaron en lo que escribió el agente acerca de sus experiencias en McAllen. La mayor parte del diario se lee como crónica de un viaje de trabajo rutinario. Tuvo libre el Día de los Caídos. Compró la despensa y dejó de beber refrescos. Un colega que también se hospedaba en el Residence Inn compartió con él suficientes pases del gimnasio para durarle todo el viaje. Y adelgazó de la cintura, de 33 a 32 pulgadas. Comenzó a escuchar música de nuevo: “Ningún estilo en particular, ni idioma o ritmo. Solo música que expresara pasión”. Probó la meditación.
Al agente, la visita que hizo el equipo de abogados al centro de detención a fines de junio pareció sacudirlo. El equipo, dirigido por la Abogada Hope Frye de California, llegó a entrevistar a niños detenidos en McAllen. El agente tenía deberes que lo colocaron lo suficientemente cerca de los visitantes para observar su trabajo.
Frye dijo que durante esas visitas era típico que los agentes desaparecieran en el trasfondo, silenciosos e impávidos con sus insignias y uniformes verde opaco. Los agentes no trataban mucho con ella porque tenían instrucciones de no hacerlo. Agregó que todos los años de escuchar a niños inmigrantes que le contaron lo mal que habían sido tratados cuando estuvieron detenidos, habían hecho que se preocupara sobre la calidad humana de los agentes. “A veces los miro y me pregunto ¿qué clase de padre eres cuando todo el día estás lleno de odio y victimando a otras personas?”
Pero Frye señaló que eso solo lo piensa sin decirlo en voz alta para poder efectuar su trabajo. Sin embargo, en algún momento en McAllen, sin querer le comentó a un agente acerca de un niño pequeño que había sido separado de su familia. Agregó que el agente soltó abruptamente que él sabía de otra mujer que había sido separada de su familia y que criaba a un niño de dos años sola.
Frye, de 68 años, indicó que le preguntó al agente si se refería a su propia familia. La pregunta inició una serie de intercambios que no disminuyó sus sospechas acerca de la Patrulla Fronteriza, comentó Frye, pero que sí alteró un poco la manera en que percibió al agente.
“Si lo que pasó fuera una película, saldría la mujer de mayor edad con muchos años de experiencia, con arrugas en los ojos por haber visto a estos pobres niños tanto tiempo, y al lado de un hombre joven, con familia joven, que ve esta pesadilla por primera vez”, cuenta Frye de su encuentro con el agente. “Pensé para mí: ‘Qué triste que este joven, que probablemente quiera ser de servicio a su país, esté aquí atorado haciendo esto’”.
Refiriéndose al arrebato inicial del agente, agregó: “Creo que me estaba tratando de decir que él también era un ser humano”.
Katherina Hagan, intérprete de español que trabajó con Frye, también interactuó brevemente con el agente; y, aunque él no lo haya dicho en tantas palabras, ella sintió que le estaba costando trabajo conciliar su función en las instalaciones. “Como si se hubiera acostumbrado tanto a ver a los niños enjaulados, que lo había asimilado como normal y necesario”, agregó.
Recordó que en algún momento lo vio tratando de encontrar ropa para la bebé envuelta en la sudadera. La niña estaba tan sucia que Frye le frotó manchas negras de suciedad de alrededor del cuello. Sin embargo, en otro instante, el agente regañó a Hagan diciendo que no debía consentir a los niños inmigrantes, advirtiéndole que no permitiera que los “extranjeros” usaran los sanitarios de los funcionarios.
“Trato de encontrar las palabras precisas para describir su semblante”, dijo Hagan, graduada de Harvard Divinity School, acerca del agente. “Pude percibir que se sentía avergonzado y, quizás algo expuesto. No sé si tuvo algún tipo de epifanía, pero fue claro que supo que yo lo vi, realmente lo vi, en medio de esta situación tan horrible”.
Cuando se le preguntó acerca de estas interacciones, el agente dijo que trataba de comunicarles a las abogadas que los detenidos no eran los únicos que se sentían atrapados. Según el agente, salirse no era opción, por lo menos para su pensar; y, tratar de cambiar las cosas a “nivel macro”, era cosa de locos.
“Lo más que sentí que podía hacer era asegurarme de que hubiera suficiente papel de baño. O, si alguien quería más jugo, les daba jugo extra. O, quizás hacer algo para que tuvieran un día mejor. Quizás sonreír y tratarlos con respeto. Era todo el poder que sentí tener para hacer algo”, dijo el agente. “Los que tratan de salvar el mundo, ellos son los que se agotan o los amarran con una correa”.
El agente se comparó a sí mismo con el burro cínico de la novela “Rebelión en la granja” de George Orwell, el personaje que sobrevive por no arriesgar el cuello.
“Decidí que no me interesa avanzar profesionalmente”, agregó. “Prefiero ser padre de tiempo completo que agente de la Patrulla Fronteriza de tiempo completo”.
Pero, ahora que ya está en su casa, siente que la experiencia lo ha seguido de alguna manera.
“Voy al parque con mi niño y me digo a mí mismo: ‘¿Por qué no estoy disfrutando esto?’”
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