Las manos de una pareja de enamorados sostienen el anillo de matrimonio que unen.

Los cuatro pilares del matrimonio

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Por Cecilia Alegría La Dra. Amor

Como una mesa de cuatro patas o un edificio construido sobre cuatro sólidas columnas, un matrimonio que desea perdurar en el tiempo debe edificarse sobre cuatro pilares que garantizarán mayores niveles de armonía, estabilidad y felicidad en la pareja. 

El primer pilar es la intimidad plena, basada en la intimidad sexual y la intimidad emocional. El sexo en el matrimonio es mucho más que la mera fusión de cuerpos, lo es también de las almas. La intimidad emocional nos hace vulnerables y enhorabuena que lo seamos. Se sustenta en la transparencia, en la autenticidad. Nadie conoce mejor nuestro lado oscuro, nuestros defectos y limitaciones que nuestro cónyuge, y sin embargo, nos sigue amando. El «yo» queda en segundo plano para dar paso al «nosotros». Dos personas se aman tan completamente que se vuelven una sola carne. 

El segundo pilar es la comunicación, ya que con ella tenemos la posibilidad de conocer todo lo que pasa con nuestra pareja. La comunicación efectiva en el matrimonio es la comunicación afectiva, la comunicación de los afectos. Con la comunicación afectiva se fortalece nuestra relación y se mantiene estable en el tiempo. Un matrimonio sostenido en la comunicación tiene las puertas abiertas para que el diálogo se dé recíprocamente, en un espacio comunicativo dinámico donde todo se puede comentar y compartir, tanto en los momentos de alegría como en los de tristeza. Donde la Ley del Hielo no se conoce. Donde se escucha al otro con respeto, aceptando que es diferente a nosotros y que su visión distinta del mundo nos enriquece. La comunicación afectiva supone un toma y daca constructivo para ambos miembros de la pareja; pero para que se dé, ambos tienen que aprender a escuchar y a dialogar con palabras de edificación. 

El tercer pilar es la fidelidad, la promesa más bella del pacto, el estar dispuestos y decididos a respetar ese compromiso que se adquirió en el altar, de dedicarse exclusivamente, en cuerpo y alma, a la persona que unió su vida a la nuestra. Para honrar este compromiso, los esposos deben evitar caer en tentaciones que ocasionarían descalabro y ruptura en la vida matrimonial.  Obviamente, en la sociedad erotizada en la que vivimos es difícil ser fiel, pero la fidelidad es uno de los valores centrales de la felicidad conyugal. Es un voto que se puede mantener cuando los esposos están unidos en un solo pensamiento, un solo cuerpo y una sola alma. Se logra, con ayuda de Dios, cuando no se desea más que a la persona que uno eligió libremente como cónyuge. 

El cuarto pilar es el amor ágape: el amor de Dios en nosotros. Sin el conocimiento de Dios, no logramos amar a nuestro cónyuge incondicionalmente. Y un matrimonio sin amor incondicional no suele durar. Cuando se ama de verdad, se da generosamente, sin esperar nada a cambio. El amor ágape todo lo puede, todo lo soporta y todo lo perdona. Está sustentado en la presencia de Dios en nuestras vidas, en vivir en su presencia, porque donde está Dios no falta nada. En el caminar de la vida la presencia de Dios es la vida misma. Sin Él somos un barco a la deriva, sin vela y sin timón.  

En Romanos 8: 31 el apóstol Pablo nos pregunta: «Si Dios con nosotros, ¿Quién contra nosotros?». Y efectivamente, si Dios está en nuestro matrimonio, nada ni nadie nos podrá separar. El matrimonio bajo el auspicio de Dios es un matrimonio sobre la roca, estable y duradero. 

Si desea contactar a La Dra. Amor para conferencias o consejería individual o de pareja envíe un texto al 1 305 332 1170. 

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