Isaías Guerrero, un joven colombiano indocumentado que superando sus miedos y obstáculos es hoy un importante organizador comunitario.

La vida ‘bajo el radar’ del activista indocumentado Isaías Guerrero

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El periodismo es una de esas profesiones que nos da la oportunidad de conversar con personas extraordinarias. Una de ellas, sin lugar a duda es Isaías Guerrero, un joven colombiano indocumentado que superando sus miedos y obstáculos es hoy un importante organizador comunitario.

Esta es su historia.

Tenía unos 17 o 18 años cuando Isaías Guerrero entendió que debía tener mucho cuidado, que no podía meterse en problemas y que debía seguir las reglas de este país como el mejor de los ciudadanos.

El problema es que él no era ciudadano, ni residente permanente, y tampoco tenía un permiso para vivir en Estados Unidos.

“Fue así como aprendí a vivir bajo el radar”, cuenta Guerrero, experimentado organizador comunitario y estratega en temas de migracion con organizaciones proinmigrantes.

Para huir de la violencia que azotaba a Colombia, la familia decidió emigrar en el año 2000 a Estados Unidos y asentarse en el estado de Indiana, donde a los 15 años ingresó a la escuela y se abrió un mundo frente a él.

Y ese mundo no era otro que el de jóvenes que como él, fueron traídos a Estados Unidos y no contaban con documentos para vivir, estudiar o trabajar en el país.

Era el 2007, un tiempo en el que se intensificó a lucha por el Dream Act, la propuesta que se presentó por primera vez en 2001 y que le habría dado papeles y un camino a la ciudadanía a cientos de miles de jóvenes.

Era un momento muy difícil para vivir sin documentos en un estado como Indiana, donde mucha gente estaba siendo deportada por manejar sin licencia o por una simple infracción de tránsito.

“Entonces con un grupo de compas fui cofundador del Indiana Undocumented Youth Alliance, eran jóvenes que como yo, no tenían papeles, pero que estaban luchando por el Dream Act. Ibamos a eventos en la comunidad o en las universidades y decíamos abiertamente ‘no tenemos papeles y no tenemos miedo’. Eso fue liberador”.

Y es que, hasta antes de ese encuentro, el vivir con miedo, a la sombra, bajo el radar, era una constante en las vidas de jóvenes como Guerrero.

Inspirados en el movimiento zapatista encabezado por indígenas mexicanos en Chiapas, entendieron que mientras más visibles fueran, menos probabilidades había de que los deportaran.

“Imagínate, éramos un grupo de 10 jovencitos, que nos poníamos los pasamontañas al estilo zapatista, y en los eventos empezábamos a decir nuestras historias como indocumentados y después nos quitábamos las máscaras y las tirábamos al piso”.

Nos poníamos el pasamontaña para que pudieran ver nuestros rostros, de lo contrario éramos invisibles, recuerda Guerrero.

La vida como indocumentado

La lucha que emprendieron cientos de miles de jóvenes por todo el país tenía un trasfondo de justicia que se veía justificado todos los días ante la imposibilidad de obtener trabajos u oportunidades educativas, además del racismo y el acoso.

“Los mismos compañeros de la High School nos preguntaban si teníamos papeles, o nos decían “beaners”, “wet backs” o “go to your home”, dice Guerrero al recordar esos años.

Uno de los momentos cumbre de esta etapa de su lucha fueron las protestas para detener las propuestas de ley SB590 y HR1402 que se encontraban ya en espera de la firma del gobernador.

Decidieron que harían actos de desobediencia civil dentro de la oficina del gobernador para convencerlo de vetar esas leyes. Sabían bien que si los arrestaban los pondrían en proceso de deportación inmediata.

“Lupe, una de las personas que más admiro, dijo ‘yo me voy a hacer arrestar, y luego Ana Paola, dijo ‘pues yo también’, de ahí otros tres mexicanos, dijeron ‘pues también nosotros’. Eran cinco pelados de 21 y 22 años que demostraron tener un corazón enorme”.

Por supuesto llegó la policía y los arrestó, pero gracias a la gran movilización de la comunidad, fueron liberados.

El desencanto y el tiempo de reflexión

“En el 2010 hubo una serie de marchas de Miami a Washington y conocimos a los manifestantes e iniciamos una huelga de 22 días. Fue un movimiento muy bonito porque nos conectó con jóvenes de todo el país”, dice Guerrero.

Pero después de tantas luchas, de tantos arrestos, de tantas movilizaciones, la sensación era que no pasaba nada, además de los constantes ataques del Tea Party que en ese momento había cobrado fuerza.

“Estaba muy cansado, así que pensé que debía regresar a la universidad”.

Y justo cuando tomó la decisión, salió la noticia de que habían aprobado la ley DACA.

Se aplicó en sus estudios y obtuvo una licenciatura en sociología y después hizo una maestría en Estudios de Paz en la universidad de Notre Dame. Esto le abrió la puerta a realizar un sueño que parece imposible para cualquier persona indocumentada: regresar a su país, Colombia.

La maestría tenía la opción de hacer un semestre en el extranjero y entre los países incluidos se encontraba en Colombia.

Era el 2015 y regresó a su país después de 16 años.

“Desde que me subí a ese avión iba llorando”, dice Guerrero al recordar el momento de llegar a Bogotá y ver las montañas que rodean a la ciudad. “Me sentí protegido al recuperar mis olores, mis sabores, mi colombianidad”.

En Colombia aprendió las formas de organización de las comunidades desplazadas por la violencia. Con esa experiencia regresó a las planicies interminables de Indiana.

Sabía que la experiencia colombiana le había cambiado la vida y el cansancio que experimentó en el pasado, se convirtió en una energía renovada.

Solicitó empleo en Community Change y se convirtió en co-organizador de inmigración trabajando junto a otras 36 organizaciones de todo el país, donde aprendió las características de los diferentes grupos migrantes.

Y fue como entrar de lleno a un campo en el que ya tenía experiencia, pero esta vez con innumerables experiencias de organización comunitarias nuevas.

Vivir sin miedo y el primer arresto

El primero de tres arrestos de Guerrero fue en Washington, D.C. también en un acto de desobediencia civil. Era 2017 y Donald Trump se encontraba en la presidencia y había nombrado a Jeff Sessions como director del Departamento de Justicia.

Las credenciales de Sessions eran para aterrorizar a cualquier inmigrante indocumentado, ya que se decía que estaba conectado con organizaciones racistas y antiinmigrantes financiadas por miembros del KKK.

“Estábamos muy asustados y enojados de que alguien así hubiera sido nombrado secretario de Justicia, así que fuimos 30 personas a la sesión de confirmación, éramos estudiantes, activistas y miembros de Community Change”.

Ese fue su primer arresto y nuevamente ahí experimento la emoción de saber que actuaba por una causa justa.

“Todo el movimiento estaba encerrado en una misma celda, pero lejos de desanimarnos, 15 horas después estábamos ahí cantando, haciendo la estrategia del movimiento y definiendo los pasos a seguir”.

En 2018 sintió que todo lo que había aprendido en sus años de formación iban a tener su prueba de fuego.

“Me llamaron de la Coalición de Inmigrantes de Tennessee para avisarnos de una redada en una empacadora de carne en el poblado de Morristown donde habían sido detenidos cientos de mexicanos, guatemaltecos e indígenas. Cuando llegué ahí me encontré con un pueblo desolado”.

La instrucción fue clara: había que tratar la situación como si fuera una sala de emergencia con cientos de víctimas.

Y así fue.

“Cuando entré a la iglesia me encontré con familias enteras llorando por la incertidumbre de no saber que había pasado con sus seres queridos… pensé que había llegado el momento de aplicar lo aprendido, así que le pedí al sacerdote que encabezara una oración. Después a través de dibujos logré que las familias expresaran lo que iban sintiendo”.

Y las historias fueron apareciendo eran desgarradoras. Como la del niño que lloraba porque no volvería a ver a su papá con el que jugaba futbol cada semana.

Las amenazas y la persecución

En medio del delirio antiinmigrante de la administración del presidente Trump las amenazas contra Guerrero y otros organizadores comunitarios se multiplicaron.

“Tuve que cerrar mi cuenta de Facebook y empezar a tomar medidas de seguridad y ser más cauteloso. Sentí un nivel de persecución que nunca había sentido”, dice Guerrero.

Y aunque cambió la administración y llegó Joe Biden, las cosas no han mejorado. Por el contrario, dice Guerrero. “Toda la discusión sobre el tema migratorio se ha derechizado».

Por eso prefiere estar preprado.

“En un folder que llamo poemas de amor y que tiene mi compañera, están todos mis documentos e instrucciones sobre qué hacer en caso de que me deporten. Debemos hacerlo, debemos estar preparados, especialmente en estos tiempos de incertidumbre política”.

A pesar de los largos años de lucha, de las protestas, los arrestos, las huelgas de hambe y las movilizaciones, Guerrero es un hombre optimista y ve un futuro brillante. «Mi optimismo esta en el pueblo, no en los dirigentes. Si seguimos organizándonos, involucrando a más gente en el movimiento, estoy seguro que en algún momento triunfaremos».

Después de todo este tiempo y de todas estas experiencias, Guerrero se siente satisfecho y está absolutamente claro de algo: “Ya no tengo miedo”.

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