La lucha de Andy Ruiz por el reconocimiento de las personas transgénero
En el mes del orgullo traemos a nuestros lectores una serie de artículos relacionados con el tema para que entiendan el proceso por el que pasan las personas que se identifican como “transgénero”.
Andy Ruiz supo desde que tenía cinco años que no era como los demás. No sabía en ese momento expresar lo que sentía, pero no experimentaba lo mismo que los otros niños de su edad.
Ruiz hoy es abogada y ha transitado de hombre a mujer, en un proceso largo que le ha causado algunos problemas, y también muchas satisfacciones.
“Tenía cinco años cuando junto a mis amiguitos veíamos la película de la “Sirenita”. A mis amigos le llamaba mucho la atención la sirenita y su cuerpo. A mí me gustaba el papá de la sirenita”, dice Ruiz con una sonrisa.
En ese entonces sabía que algo no estaba bien, porque veía el maltrato que le daban a personas que eran femeninas como él, aunque vivían en un cuerpo de hombre.
Cuando tuvo 18 años y fuera de la casa familiar, investigando en internet, se dio cuenta que no sentía identificado con su sexo biológico. Conoció entonces la palabra transgénero y supo que no era la única persona que se sentía así.
“Dejé de pensar que estaba loca, que tenía un trastorno mental y entendí que hay personas que nacemos así”, dice Ruiz, quien trabaja actualmente en el Departamento de Servicios Legales de Saint Johns Medical Center, en Los Ángeles, California.
Crecer como una persona que no se identifica con su género biológico fue muy difícil, especialmente en el seno de una familia latina que no aceptaba que uno de sus hijos fuera “diferente”.
“Entre los adultos era un tema del que no se hablaba abiertamente, y todavía hoy, es un tema del que no le gusta hablar ni a mi mamá ni a mi papá.
Y ese tabú se tradujo en un trato distinto en el seno de la familia. “Decían que me aceptaban, pero mis primos no querían jugar conmigo, decían que me aceptaban, pero mi papá me daba un trato más duro y estricto que a mis hermanas”.
Ruiz asegura que hay mucha hipocresía en las familias, ya que, aunque dicen aceptar el tema del homosexualismo, lo hacen de dientes para afuera. “Lo aceptan, siempre y cuando no esté en su familia”.
El rechazo y la lucha por la aceptación
A los 18 años siempre temes el rechazo de tu padre, dice Ruiz. “Cuando hacía un error o hacia algo mal, todo se convertía en un gran problema. Mi papá me golpeaba, y claro que no lo reportaba a la policía, porque los latinos no hacemos eso”, dice con enfado.
Fue una etapa en la que sufrió mucho el desprecio y falta de entendimiento de su familia. “Mi papá y mis tíos decían, ‘vamos a llevarlo a México, con las mujeres, para que se haga hombre de verdad’”.
Y ese rechazo se fue extendiendo. Mientras su homosexualidad se fue haciendo cada vez más evidente, sus familiares cercanos dejaron de invitarlo a fiestas y eventos familiares. “Y cuando me invitaban, me ignoraban, era como si fuera una persona invisible”.
En el caso de su mamá, dice Ruiz, el rechazo era de otra manera. “Ella sufría en silencio, decía que me aceptaba, pero seguía tratando de convencerme de que a lo mejor sólo estaba confundido, que debería experimentar con algunas muchachas”.
¿Para qué vivir?
La posibilidad de quitarse la vida empezó a rondar por su cabeza. “A los 18 años, muchas veces pensé en el suicidio. Es que te sientes rechazado, te sientes aislado, especialmente en la comunidad latina, donde la familia forma parte de tu identidad. Me sentía como un árbol al que le habían cortado las raíces”.
Entonces decidió que nada lo iba a detener. Entró a la escuela de Derecho y mientras estudiaba encontró una comunidad de personas transgénero, que pasaban por los mismos conflictos y dilemas que él. Con ellos encontró el apoyo y la fuerza necesaria para explorar a fondo sus sentimientos y su identidad de género.
Pero todo ese proceso iba acompañado de insultos y agresiones físicas permanentes. “Muchas veces vas por la calle y algunas veces no pasa nada, y en otras está el homófobo que te grita, que te insulta y hasta te quiere golpear, desgraciadamente hay muchos así que incluso te siguen, y van provocándote, esperando una oportunidad para golpearte”.
Recuerda con claridad una noche que fue golpeado salvajemente por un individuo en el área de North Hollywood, California, y la policía simplemente levantó el reporte, pero nunca buscó a los responsables, dice Ruiz.
Todo esto no impidió que iniciara el proceso médico para cambiar de hombre a mujer. “Afortunadamente mi seguro médico cubre estos gastos, son muchas hormonas y operaciones a las que hay que someterse, pero para mí, todo eso ha valido la pena, porque me permite ser quien soy”.
Y quien eres, le pregunto, ¿cómo te identificas?
Soy una persona no binaria. Me identifico como una persona de tercer género, que no es ni hombre ni mujer.
Esta identidad también le ha traído algún tipo de rechazo entre la comunidad LGTB, donde muchos dicen que si no se han sometido a una terapia médica de cambio de sexo, entonces no son transgénero.
“Eso es un error, porque muchos no pueden pagar un tratamiento y no por eso dejan de ser transgénero”, dice Ruiz, quien tiene 32 años y a los 28 empezó su proceso para convertirse en mujer.
Las personas de tercer sexo siempre han existido, asegura Ruiz. En algunas comunidades de Oaxaca, en Juchitán, por ejemplo, la comunidad Muxe, que son hombres que se identifican con el género femenino, han estado presentes desde tiempos antiguos y tienen el respeto del resto de la población.
“Hay que decirlo, sufrimos persecución y discriminación por todos lados. Por un lado, de nuestras familias, luego por la sociedad, en algunos casos por la comunidad LGTB y por el racismo existente”, dice Ruiz, cuya labor es llevar información a diferentes foros para tratar de educar acerca de la transexualidad.
“No es una moda, no es algo que escogimos, así nacimos y quisiera que nos respetaran, que nos dejaran ser parte de la comunidad. No le hacemos mal a nadie. Los tiempos han cambiado y la sociedad debería ser más tolerante”, dice Ruiz, quien pone de ejemplo cosas elementales como el derecho al voto de las mujeres. “Eso ocurrió hace apenas 60 años, antes de eso se pensaba que las mujeres no debían participar, eran creencias generalizadas que estaban equivocadas. Lo mismo les ocurre con nosotras”.