Mujer médico sonríe a paciente niña también sonriente, sobre la camilla de una sala de hospital.

El alegre léxico de la lengua española puede ayudar a resolver un misterio de salud llamado la paradoja hispana

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Por Maria Magdalena Llabre para The Conversation

A principios de diciembre de 2021, estuve viendo a un fisioterapeuta por una lesión de hombro. Durante una de mis visitas, el fisioterapeuta se alternaba entre mí y otro paciente en una cama contigua, que tenía una prótesis de rodilla. Mientras el terapeuta trabajaba en la pierna del otro paciente, estirándola y doblando la rodilla, yo escuchaba a escondidas su conversación. El paciente estaba dolorido y ansioso por terminar la parte más dura de la terapia. El terapeuta le animaba a seguir trabajando. En un momento dado, el paciente expresó su deseo de abandonar. El terapeuta respondió: «Tienes una semanita más». Esto se traduce en inglés como «You have one more (small) week». El paciente aceptó continuar.

Al añadir el sufijo «ita» a la palabra «semana», el terapeuta ofreció al paciente una perspectiva de la cantidad de terapia que le quedaba de una forma que sonaba más corta, aunque seguía siendo una semana completa.

Esta capacidad de minimizar o exagerar una situación simplemente añadiendo un sufijo es una característica del idioma español que podría contribuir a una sorprendente resiliencia en la salud que los investigadores han documentado en las poblaciones hispanas de Estados Unidos, llamada la «Paradoja hispana.» Como psicólogo cuantitativo hispano, he participado en investigaciones sobre el estrés y la salud cardiovascular en la Universidad de Miami desde 1988. Más recientemente, me incorporé como investigadora al Estudio de Salud de la Comunidad Hispana/Estudio de Latinos. Este estudio observacional de más de 16.000 adultos documenta la salud de los hispanos de diversos orígenes en cuatro comunidades urbanas de Estados Unidos.

Desentrañar la paradoja hispana

Hace unos 30 años, los investigadores informaron de que los hispanos de Estados Unidos vivían más tiempo y tenían tasas más bajas de enfermedades cardiacas que sus homólogos blancos no hispanos. Y ello a pesar de tener una alta prevalencia de factores de riesgo de cardiopatías, como obesidad y diabetes, y de sufrir estrés por discriminación y bajos salarios. Las cardiopatías mataron a 696.962 personas en EE.UU. el año pasado.

Las causas implican interacciones entre la genética y factores ambientales como fumar, llevar un estilo de vida sedentario y consumir una dieta rica en grasas. Estos comportamientos contribuyen a las cardiopatías y los infartos.

El estrés también contribuye a las cardiopatías. También es importante cómo reaccionan las personas ante ese estrés. Por tanto, la medida en que nuestro idioma facilita la forma en que procesamos nuestras emociones en respuesta al estrés puede ser importante en las enfermedades cardiacas. Por este motivo, el español puede suponer una ventaja. Habiendo vivido una vida bilingüe, creo que esto es cierto.

Esta aparente paradoja entre el mayor riesgo para la salud de los hispanos y la menor tasa general de cardiopatías llegó a denominarse la paradoja hispana. Antes de la pandemia de COVID-19, los hispanos vivían de media tres años más que sus homólogos blancos, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. La causa de esta resistencia ha sido un tema de interés para los investigadores durante décadas. Han propuesto explicaciones desde el sesgo estadístico al consumo de judías hasta valores culturales como el «familismo», la noción de que la cultura hispana sitúa a la familia por encima del individuo.

Los lazos familiares por sí solos no pueden explicar la paradoja hispana

Este fenómeno empezó a intrigarme cuando me incorporé al Estudio de Salud de la Comunidad Hispana en 2008. Mi primer intento de encontrar una explicación a la Paradoja Hispana me llevó a investigar si la unidad familiar podría ofrecer cierta protección contra el estrés de los primeros años de vida.

En ese trabajo, calculé la prevalencia de experiencias infantiles adversas en los hispanos de EE.UU. Si la familia era una fuente de resiliencia, esperaba encontrar tasas bajas de experiencias de abuso, negligencia o disfunción familiar. Pero para mi sorpresa, la prevalencia de estos acontecimientos adversos era en realidad bastante alta en esas poblaciones. De hecho, el 77% de la población objetivo declaró haber experimentado al menos un acontecimiento adverso en la infancia, y cerca del 29% declaró haber experimentado cuatro o más antes de los 18 años.

Esto me llevó a la conclusión de que la fuente de la resiliencia observada en la paradoja hispana no procedía necesariamente de la red de seguridad de la familia.

Exploración de la contribución de la cultura

A continuación, centré mi atención en otros recursos culturales como el apoyo social y el optimismo, factores que pueden amortiguar el impacto del estrés.

¿Es la cultura hispana más optimista que la estadounidense? Tener una visión optimista puede ayudar a la gente a pensar que el estrés es temporal y manejable. El optimismo puede hacer que una persona sienta que puede hacer frente al estrés.

Encontré un artículo sobre la positividad del lenguaje humano. Los investigadores habían desarrollado un «índice de felicidad» que aplicaron para medir el número de palabras positivas en una variedad de fuentes de varios idiomas diferentes. Analizaron libros, periódicos, letras de canciones y tuits, por ejemplo. Una figura del artículo mostraba la distribución del índice de felicidad entre fuentes e idiomas. El resultado fue sorprendente. Las fuentes con mayor índice de felicidad eran las que estaban en español.

Una vez que me centré en el español, las piezas empezaron a encajar. Me basé en análisis lingüísticos para examinar el papel del lenguaje en la emoción. Una teoría actual de la emoción describe cómo las personas necesitan el lenguaje para que sus cerebros construyan emociones. Las investigaciones demuestran que las emociones influyen en la forma en que la presión arterial y el ritmo cardíaco reaccionan ante el estrés y se recuperan de él. Y nuestras reacciones y recuperación del estrés desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de enfermedades cardiacas.

En otras palabras, el rico y positivo léxico de emociones de la lengua española no sólo puede influir en la cultura a lo largo del tiempo, sino también en nuestra reacción emocional al estrés.

La contribución de los verbos

Sin embargo, puede que no sean sólo las palabras positivas las que contribuyen a una mejor salud cardiovascular en la población hispana. Hay otras características de la lengua que facilitan la expresión emocional.

Tomemos, por ejemplo, las dos formas del verbo «to be». En inglés, simplemente «are». Pero en español, podemos ser de una determinada manera temporalmente – «estar»- o más permanentemente, «ser». Esto resulta muy útil en situaciones negativas. En inglés puedo tener sobrepeso. En español puedo tener sobrepeso permanente, lo que se traduce como «ser gorda», o puedo tener sobrepeso temporal, o «estar gorda». Este último es transitorio y contempla la posibilidad de un cambio, lo que en sí mismo puede fomentar la motivación hacia el cambio.

El español es una de las lenguas romances que utiliza el subjuntivo de los verbos. El subjuntivo expresa situaciones hipotéticas, deseos y posibilidades. Por ejemplo, consideremos el «realismo mágico» del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Su uso del subjuntivo facilitó la posibilidad de realidades alternativas.

La capacidad de la lengua española para minimizar y exagerar con la simple adición de un sufijo también aumenta la gama de emociones y percepciones. Así es como el terapeuta del ejemplo ayudó a su paciente a perseverar en una fase difícil de la terapia.

Aunque el inglés es la lengua de la ciencia -precisa y sucinta-, mi corazonada es que la naturaleza florida del español contribuye a una cultura que apoya la expresión emocional. Al hacerlo, puede ayudar a sus hablantes a gestionar las respuestas al estrés. The Conversation

Maria Magdalena Llabre, Professor of Psychology, University of Miami

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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