Cuando se lesionan, pocos inmigrantes que trabajan en las granjas lecheras reciben compensación laboral
Por Melissa Sanchez y Maryam Jameel
Esta historia fue publicada originalmente por ProPublica es un medio independiente y sin ánimo de lucro que produce periodismo de investigación en pro del interés público. Suscríbete para recibir nuestras historias en español por correo electrónico.
Para la mayoría de los trabajadores en Wisconsin que se hacen daño en el trabajo, el sistema de compensación laboral del estado está allí para cubrir los gastos médicos y pagar una porción de sus sueldos mientras se curan.
“Uno de los principios fundamentales de la compensación laboral es la cobertura universal,” dice el sitio web del Department of Workforce Development (Departamento de Desarrollo de la Fuerza Laboral) del estado, que supervisa el sistema de compensación laboral. “Esto significa que prácticamente cada empleado está cubierto.”
Pero la ley es distinta para las granjas y muchos trabajadores inmigrantes de las granjas lecheras—la columna vertebral de una de las industrias más célebres, pero peligrosas, del estado—no reciben esta protección. Wisconsin exime de la obligación de tener cobertura de compensación laboral a todo tipo de granjas con menos de seis empleados que no son parientes de los dueños.
Ninguna agencia estatal o federal parece rastrear cuántas de las aproximadamente 5,700 granjas lecheras de Wisconsin se encuentran en esa categoría—o cuántos obreros quedan sin cobertura. Tampoco lo hace el Wisconsin Farm Bureau Federation (Federación de la Oficina Agrícola de Wisconsin), uno de los grupos de presión más poderosos del estado.
Pero el número de estas granjas probablemente sea de miles dado que muchas emplean sólo uno o dos trabajadores. Según un estudio nacional, más de 23,000 trabajadores agrícolas en Wisconsin estaban exentos de cobertura de compensación laboral en 2020; son más obreros agrícolas excluidos que casi cualquier otro estado del país.
Esta exención a la ley de compensación laboral afecta a las mismas granjas pequeñas que el Congreso federal ha decidido que no tienen que ser monitoreadas en cuanto a las leyes de seguridad y salud laboral se refiere. Esto, de hecho, deja que los empleadores se auto vigilen.
Los trabajadores de las granjas pequeñas no son los únicos que están desprotegidos. Muchos obreros en granjas grandes dijeron que tienen demasiado miedo a represalias para presentar reclamaciones. El estatus migratorio empeora el problema: la mayoría de inmigrantes que trabajan en las granjas lecheras de Wisconsin están aquí ilegalmente y temen ser despedidos o deportados.
“La compensación laboral realmente no funciona para nadie, ni para los obreros para quienes supuestamente tiene que funcionar. Realmente no lo hace,” dijo Lola Loustanau, una profesora asistente en la Escuela para Obreros de la Universidad de Wisconsin-Madison, quien está estudiando el acceso a la compensación laboral para trabajadores inmigrantes en industrias de alto riesgo. “El fenómeno empeora progresivamente cuanto más precaria es la situación de los trabajadores.”
ProPublica ha reportado esta semana sobre cómo los trabajadores inmigrantes de la industria lechera frecuentemente se lesionan en el trabajo y no reciben atención médica. Cuando sus lesiones son tan severas que ya no pueden trabajar como antes, pueden ser despedidos y echados de las viviendas que muchos empleadores proveen. Muchos se quedan con escasas opciones legales.
“El dueño de la granja no quiso ayudarme con nada,” dijo un hombre de 47 años que no pudo trabajar durante varios meses este año después de sufrir un desgarro completo de los músculos y tendones de su hombro cuando una vaca lo embistió contra una pared. “No se ponen a pensar que uno también es de carne y hueso.”
El hombre trabajaba con dos empleados más en una granja que, según archivos del estado, no tenía seguro de compensación laboral. Dijo que estuvo meses sin atención médica hasta que el dueño de una bodega latina de la zona lo conectó con una organización local sin ánimo de lucro que le ayudó a conseguir atención médica caritativa.
En más de una docena de estados, incluidos Nueva York, Idaho y California, hasta las granjas con un solo empleado son obligadas a tener seguro de compensación laboral. La exención para granjas pequeñas de Wisconsin es una de las muchas exclusiones federales y estatales que históricamente han dejado a los trabajadores agrícolas—y de la industria lechera en particular—con menos derechos y protecciones que otros. Los obreros agrícolas no tienen derecho al pago por horas extras ni a formar un sindicato. El alojamiento en las granjas lecheras está casi completamente desregulado y no recibe inspección. Las muertes y lesiones en las granjas pequeñas casi nunca son investigadas por la Occupational Health and Safety Administración (la Administración de Seguridad y Salud Laboral federal, OSHA por sus siglas en inglés), tal y como ProPublica ha reportado previamente.
Un portavoz para el Departamento de Desarrollo de la Fuerza Laboral dijo que la ley estatal no autoriza a la División de Compensación Laboral a administrar recursos o programas a un trabajador lesionado cuyo empleador no está obligado a tener seguro de compensación laboral. “El personal de la división conecta a los trabajadores lesionados que les contactan con necesidades inmediatas a organizaciones basadas en la comunidad y otros proveedores de servicios,” dijo el portavoz.
La Federación de la Oficina Agrícola de Wisconsin dice en su libro anual de política que apoya mantener la obligación de tener compensación laboral a granjas con seis empleados. En una declaración preparada, Amy Eckelberg, una portavoz del Oficina Agrícola, dijo que los granjeros de todo el estado establecen las prioridades de política de la organización.
“Nuestros granjeros utilizan cualquier método posible para evitar lesiones a sus empleados, parientes y a ellos mismos a través de una educación apropiada, entrenamiento y precauciones físicas para mitigar las amenazas a la seguridad conocidas,” dijo.
En el transcurso del año pasado, ProPublica entrevistó a más de 60 trabajadores inmigrantes quienes dijeron que sufrieron lesiones en alguna granja de Wisconsin. Los trabajadores tanto de granjas grandes como pequeñas dijeron repetidamente que sus lesiones fueron ignoradas por sus supervisores.
Considera el caso de Luis, un nicaragüense que trabaja en una granja del centro sur de Wisconsin que, según archivos estatales, tiene seguro de compensación laboral. Dijo que una mañana de enero, una vaca le pateó la mano. “En ese momento yo pensé que la mano se había quebrado,” dijo. “Del dolor no sabía ni qué hacer.”
Luis dijo que se lo contó a su jefe. “Está bien, me dice. Siga trabajando.”
Más tarde ese día, paró en una tienda latina para comprar analgésicos y vendas con la esperanza de bajar la hinchazón. Sabía que su empleador tenía seguro de compensación laboral, pero no quería forzar el asunto. “Dije mejor no digo nada,” explicó. Luis nunca recibió atención médica.
Muchos trabajadores que recibieron tratamiento médico dijeron que sus supervisores les presionaban para que dijeran al personal del hospital que la lesión no estaba relacionada con el trabajo. Un ex empleado de un hospital dijo que los obreros inmigrantes de la industria lechera que iban a la sala de urgencias rutinariamente le imploraban que no anotara en sus expedientes que se habían hecho daño en el trabajo. Dijo que no querían que el hospital llamara a su empleador para preguntar sobre la cobertura de compensación laboral; temían que sus supervisores se iban a enfadar y despedirlos.
Algunas granjas que son suficientemente grandes para ser obligadas a tener el seguro de compensación laboral no lo tienen. Un hombre a quien un toro le aplastó la cara el año pasado dijo que al menos siete personas más trabajaban en la granja. Pero la granja no tenía cobertura de compensación laboral, según archivos del estado.
Más de media docena de trabajadores dijeron en entrevistas que la compensación laboral había pagado todo o parte de sus cuentas médicas y les había suministrado un sueldo parcial mientras se recuperaban. Pero sus cuerpos ya no son los mismos.
“La [mano] derecha está jodida,” dijo un ecuatoriano que perdió dos dedos y no puede utilizar otros dos después de que su mano quedó atrapada en una máquina en una sala de ordeño. “No me deja la mano cerrar, se me queda abierta. Me duele cuando hago mucha fuerza. Y en el frío, el dolor es insoportable.”
“No puedo correr. No puedo caminar ni media hora. Mi pierna se duerme”, dijo un nicaragüense a quien un pesado portón de metal le aplastó las piernas hace dos años. “El patrón dijo que soy afortunado por quedar con vida. Que hasta las vacas se mueren allí.”
“Yo seguía yendo [a trabajar] pero sentía que no aguantaba,” dijo un nicaragüense que se lastimó la columna vertebral cuando resbaló de una minicargadora que estaba limpiando y cayó sobre concreto. “Se burlaban de mí, que era pura maña, que no quería trabajo.”
Los obreros que se lesionan en granjas pequeñas que no tienen seguro de compensación laboral solo tienen un recurso legal para forzar a su empleador a pagar sus cuentas médicas: demandarlos. Pero pocos trabajadores inmigrantes de la industria lechera hacen eso.
“Mucha gente teme que de alguna forma presentar una demanda afectaría a su estatus migratorio,” dijo Douglas Phebus, un abogado en Madison que ha representado a trabajadores de granjas lecheras pequeñas en denuncias por lesiones personales. “Todo el sistema está diseñado para lastrar a esta gente. Está todo armado contra ellos.”
A diferencia de las querellas de compensación laboral, en las cuales el trabajador solo tiene que demostrar que la lesión ocurrió en el transcurso del trabajo, el peso de la prueba es más alto en denuncias civiles por daños personales: los obreros tienen que demostrar que su empleador fue negligente.
Y puede ser un desafío encontrar un abogado—especialmente uno que hable español—además del tiempo que se necesita para las reuniones si se considera que los trabajadores frecuentemente trabajan de 70 a 80 horas por semana.
Kate McCoy, la directora del programa de salud y seguridad laboral para el Departamento de Servicios de Salud estatal, dijo que los inmigrantes que trabajan en la industria lechera corren un riesgo especialmente alto de lesiones y muerte.
“Desde la perspectiva de la salud pública, uno nunca quiere ver una comunidad que teme acceder al cuidado médico y que teme hablar con funcionarios de la salud pública,” dijo. “Y eso es una de las cosas que vemos con esta comunidad.”
El equipo de McCoy está trabajando con Loustaunau y otros investigadores de la Universidad de Wisconsin para comprender mejor las necesidades de salud laboral de los obreros en industrias de alto riesgo—incluida los inmigrantes que trabajan en la industria lechera—y los desafíos que enfrentan cuando solicitan la compensación laboral.
El grupo tuvo su primera sesión en diciembre. Cada trabajador que asistió, incluidos varios obreros de granjas lecheras, dijeron que habían sido despedidos después de lesionarse. Varios describieron como llegaron a ver como parte del trabajo el hacerse daño y después ser insultado o humillado por un supervisor, dijo Loustaunau. Muchos hablaron de la depresión y del desgaste que las lesiones ocasionaron a sus familias.
“Sabemos que hay granjeros fantásticos y empleadores de granjas que hacen un gran esfuerzo para cuidar a los empleados,” dijo McCoy. “Pero desafortunadamente las historias que escuchamos el viernes pasado fueron sobre gente que no defiende lo que nos gustaría.”
Funcionarios del departamento de salud esperan poder usar lo que aprenden en las sesiones para dar la información que necesitan los trabajadores sobre la seguridad laboral y el sistema de compensación laboral. También planean hacer sesiones para ayudar a los trabajadores a navegar por el sistema de compensación laboral.
Entre los trabajadores en la sesión había un hombre que dijo que lo habían hostigado, asaltado y amenazado con la deportación hace varios años cuando cayó más de diez pies mientras intentaba arreglar la cortina de un granero en una granja lechera. El hombre sufrió una conmoción cerebral, pérdida de memoria y daño a su columna vertebral, y tuvo que volver a aprender a caminar y hablar. Él y su mujer condujeron más de una hora en la nieve para asistir a la sesión. Durante una entrevista con ProPublica, el hombre, un inmigrante indocumentado de México, dijo que quiso compartir su experiencia porque no quiere que lo que le pasó a él les pase a otros obreros de la industria lechera, especialmente a los nuevos inmigrantes.
“No somos animales,” dijo el hombre, quien pidió ser identificado por uno de sus apellidos, Paredes, porque teme represalias de su antiguo empleador. “Tenemos derechos como seres humanos.”
Durante varios meses, las facturas médicas de Paredes estuvieron cubiertas por compensación laboral, y recibió un salario parcial durante el tiempo que se suponía que debía pasar recuperándose.
Pero dijo que el médico todavía no le había dado el alta para volver al trabajo cuando el dueño de la granja apareció en la casa que les proporcionaba a Paredes, su mujer y cuatro hijos. Según Paredes y su esposa, el granjero exigió que volviera al trabajo.
“A veces no te queda de otra,” dijo. “Son muchos los que son víctimas, pero no quieren hablar.”
Pero Paredes ya no podía hacer el trabajo. Su médico eventualmente le permitió trabajar dos horas al día, pero el dueño de la granja insistió en que hiciera turnos más largos. El granjero le insultaba, según Paredes, llamándole “tullido” y “tonto” y diciéndole “mejor vete para tu pueblo porque no sirves.”
Finalmente, Paredes sintió que no tenía más opción que dejar el trabajo. Su mujer consiguió tres empleos para compensar los ingresos perdidos: ordeñó vacas en otra granja y limpió en una iglesia y una escuela. Paredes dijo que no ha podido mantener un trabajo fijo desde el accidente. Él tiene miles de dólares en deudas por cuidados médicos que no cubre la compensación laboral. Hace trabajos esporádicos, como cortar el césped o pintar casas, cuando puede. Pero dijo que cuando hace trabajos físicos, rápidamente le empieza a doler la columna. Y su cerebro ya no funciona como antes. Siente vértigo y se marea cuando camina o maneja.
“Me siento como si fuera como un inútil,” dijo. “Que ya no sirvo.”