La soledad gay

Testimonio: ‘Luché mucho tiempo para no aceptar que era gay’

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“Ahora resulta que mi hijo es marica. No lo puedo creer, ¿qué hice mal? ¿qué hicimos mal como familia para merecernos esto?”, recuerda que se preguntó Juan Pablo Rodríguez, un inmigrante mexicano de 65 años, cuando su hijo Pablo le dijo que era gay.

Criado a la antigua, en los valores del machismo y el conservadurismo de las ciudades del norte de México, Rodríguez sintió que se moría. Los primeros meses sintió un enojo que no había sentido nunca. “Cómo era posible que mi único varón, hubiera resultado “joto”, recuerda Rodríguez que le preguntaba despectivamente a su esposa Lourdes.

Para Lourdes, que siempre trabajó en las labores del hogar, la revelación de su hijo a los 18 años, no la tomó por sorpresa. “Claro que sabía, lo sabía desde que tenía seis o siete años”, dice con una carcajada. “Que tu no lo quisieras ver es otra cosa”.

¿Pero y las novias que tenía?

“El hizo hasta lo imposible para no aceptarse como gay”, dice su mamá. “Tenía novias muy bonitas, con algunas hasta duró varios años”.

 “Tuve muchas novias y a pesar de los buenos momentos que compartíamos, siempre pensaba que no me sentía satisfecho, que faltaba algo en esa relación”, dice Pablo, hoy de 35 años. “Por eso iba de novia en novia buscando eso que me faltaba”, dice con una sonrisa.

Y lo que le faltaba era aceptar quien era.

“Luché mucho tiempo para no aceptar que me gustaban los hombres. Me daba cuenta de que tenía afinidad con personas de mi mismo sexo, pero no era la amistad que se da entre los varones, era simple y pura atracción”.

Si no fuera porque él lo está diciendo, habría muy pocos detalles que revelarían sus preferencias sexuales. No es afeminado y usa ropa masculina. “Pero soy orgullosamente gay”, me dice con una sonrisa franca.

Su papá pasó casi un año rechazando la verdad de que su hijo era gay. “No podía verlo sin que se me salieran las lágrimas de coraje”, cuenta casi 20 años después. “Pensaba en la homosexualidad de mi hijo, y me lo imaginaba como un promiscuo que andaba teniendo relaciones sexuales con cuanta persona veía por ahí”.

Pero los años dan sabiduría y la oportunidad de hablar y entender.

“Hablé con mi papá y le expliqué que no era como él pensaba”, que no era que estuviera enfermo, ni que tuviera desviaciones sexuales ni que ellos hubieran hecho algo mal en mi educación, simplemente, nací así”, cuenta Pablo mientras abraza a su papá.

Rodríguez enrojece un poco en este punto. “Si, la verdad es que no entendía nada, rechacé mucho tiempo a mi hijo y lo traté con muy poco respeto… hoy me da mucha vergüenza por todo el sufrimiento que le hice padecer y por la forma tan fea en que lo traté”.

Hace cinco años Pablo conoció al amor de su vida. Se llama Polo, y después de un noviazgo de tres años, decidieron casarse. Son una pareja como cualquier otra, que disfruta de la vida, que tiene sus problemas, que se reconcilia y sigue adelante.

“Polo es como mi hijo”, dice Rodríguez. “Hoy me da mucha tranquilidad saber que mi hijo está con la persona que quiere y que el amor triunfa por encima de todo”.

¿Qué les recomendarían a otras familias que están pasando por lo mismo?

Primero que no se dejen llevar por los impulsos. Que no los agredan, que no los rechacen, que no asuman cosas que no son. Lo segundo es escucharlos con calma y darle los mismos consejos que le darías a otros de tus hijos: que tengan cuidado con el tipo de relaciones que escogen, que se cuiden, que busquen el amor, que es lo más importante”.

Lourdes, que está a su lado asiente, mientras abraza a su hijo.

“Yo les diría que hablen, que no se queden callados, que en la familia está todo el apoyo que requieren”.

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