Jorge Larios: Un migrante con deseos de progresar
A sus 74 años Jorge Larios Sánchez tiene muy claro que la vida está llena de altibajos. “Por eso no hay que creerse nunca el rey de todo el mundo”, dice con una sonrisa este inmigrante mexicano nacido en Zacatecas, pero criado en Zapopan, Jalisco.
En sus 48 años en este país, Larios es uno de esos ejemplos de trabajo y tenacidad que reflejan el carácter de millones de migrantes que han llegado en busca de un sueño.
Larios, propietario de dos exitosos mercados (Lario’s Market), en West Covina y Chino Hills, ha vivido su vida laboral entre cuchillos y sangre. Pero no me mal interprete. Este padre de tres hijos, (Diana, Jorge y Alejandra) se ha especializado en las carnicerías y en torno a esta actividad se ha desarrollado en el mundo de los negocios.
Dicen que el hombre pone, pero Dios dispone. Y ese es el caso de Larios, quien nunca buscó venir a Estados Unidos, hasta que su gran amigo Javier Ramos, lo animó a irse juntos a Chicago.
“La verdad es que yo estaba muy bien en una carnicería que manejaba en Zapopan, pero un amigo me convenció y me dije ‘está bien, voy a ir exactamente un año a trabajar y regreso para construir mi casa y casarme’”.
En 1974 llegó a Chicago, y empezó a trabajar en otra carnicería y en una empacadora de carne. Y como dicen que el que es perico donde quiera es verde, inmediatamente se acomodó en Chicago y ahorró una buena cantidad y tal como lo había prometido, regresó a Zapopan, pero con el dinero ganado, se casó con su novia Herlinda y en lugar de construir su casa allá, la convenció de venir a Estados Unidos y empezar su vida aquí
Hoy tienen 48 años de casados. “Nos venimos a California a probar suerte”.
No le costó mucho trabajo. Con la experiencia que tenía en los cortes de carne desde Zapopan, más la experiencia en Chicago, nuevamente empezó a trabajar en California. “Trabajé en una empacadora de carne hasta 1984. El 1 de enero, compré una carnicería-tienda, y empecé a trabajar en mi propio negocio y en lo mejor que sabía hacer, que es la carne”.
Aunque no tenía experiencia, poco a poco se fue dando cuenta que la clave para tener éxito en la vida es la actitud.
“Lo que le ofreces a la gente, es lo mismo que recibes”, dice convencido mientras voltea a ver a los clientes que van llegando a la tienda en busca de los guisados que los han hecho famosos.
Y entonces en 1984 con su primera tienda experimentó lo que era el éxito. De pronto se dio cuenta que toda la experiencia que había acumulado estaba rindiendo frutos. Con el dinero que estaba ganando, compró otro negocio en la ciudad de Ontario, donde se dedicó a procesar comida para loncheras. En un momento dado tenía 100 empleados. Sintió por fin que había llegado el momento de administrar la abundancia.
Pero no fue así.
Una serie de malas decisiones y mala contabilidad, junto al incendio de la tienda, dejó a Larios prácticamente en la ruina. “Me vine abajo. Fracasé”, dice Larios con un dejo lejano de tristeza.
Fue un tiempo duro. De navegar de un lado para otro. De reunir fuerzas, de trabajar, de reflexionar en los errores cometidos. Le llevó 10 años levantarse.
“Anduve de carnicería en carnicería, algunas veces trabajando por el salario mínimo. Ahí aprendí que nunca uno debe sentirse el dueño del mundo, porque ahorita estamos arriba y después estamos abajo, debemos tener siempre los pies sobre la tierra, ser humildes y reconocer nuestros errores”.
Pero el espíritu empresarial y de lucha nunca lo abandonó.
Con lo que logró rescatar de la quiebra y con lo que ahorró, alrededor de 150.000 dólares volvió a empezar.
En el 2009, adquirió otro mercado, esta vez en Chino Hills, también en el sur de California. Entre ambos establecimientos genera alrededor de 90 empleos. “Me ha ido muy bien”, dice orgulloso. “La clave es que el cliente se sienta bien atendido”.
La entrevista la realizamos precisamente al medio día, y pude observar a decenas de trabajadores llegando, uno detrás de otro, a comprar sus alimentos. “Les gusta los que preparamos y les gusta como los tratamos”, dice Larios quien está listo para hacerse a un lado y dejar el control de los negocios a sus hijos, quienes desde hace tiempo trabajan en los dos mercados.
“Yo ya terminé, tengo casi 74 años, ya no tiene sentido seguir metiéndome en los negocios, tengo energía y salud para seguir adelante, pero es tiempo de que ellos tomen las riendas”.