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Orgullo hispano: “Ayudar al prójimo es regresar algo de lo mucho que nos ha dado este país”, dice Aracely Cauich

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Con motivo del Mes de la Herencia Hispana, publicaremos todo el mes perfiles de personas de nuestra comunidad que todos los días ayudan a engrandecer a este país.

Aracely Cauich es originaria de Yucatán, México. Se considera mitad maya y mitad mestiza. Llegó a Estados Unidos hace más de cuatro décadas y siempre se ha sentido agradecida por el país que la adoptó y por las oportunidades que se le abrieron.

Aunque su oficio principal era maquillista y creadora de escenarios para estudios cinematográficos, durante la pandemia tuvo que hacer un giro a su vida y dedicarse al trabajo social para poder subsistir.

“Siempre que se cierra una puerta, se abre otra”, dice Cauich, quien es directora de Hummingbird Hope L.A, una organización sin fines de lucro que creo para ayudar a los más necesitados.

“Es como si la moviera una energía parecida a la de los colibríes que aletean a toda velocidad”, dice uno de sus asistentes. Y es verdad. Cuando no se le ve repartiendo información en los campamentos de desamparados, se le ve impartiendo seminarios para mujeres víctimas de violencia doméstica, o repartiendo comida para inmigrantes recién llegados.

Cauich se ríe de la comparación con los colibríes. “Me mueve mi deseo de que el mundo sea un mejor lugar para vivir”.

Y no descansa en ese afán.

Cada dos semanas se instala en el parque principal de Boyle Heights, en el centro de Los Ángeles. Coloca una silla y una mesita con tijeras, rociadores, navajas, cepillos y todo lo necesario para cortar el cabello.

Y poco a poco los desamparados van llegando, cargando sus historias de adicciones y de sobrevivencia en las calles. Ella, como buena estilista los escucha. Algunos hablan de las familias que han perdido a causa de la adicción a drogas como la heroína o el fentanilo. Otros hablan de la pérdida de seres queridos, de violencia doméstica y abusos sexuales.

Cauich no juzga, ni ofrece consejos. Sólo escucha y para ellos, eso es suficiente.

¿Por qué les ofreces un corte de cabello y no otra cosa? le pregunto intrigado.

Cauich no lo piensa dos veces. “Estas personas lo han perdido todo, o casi todo, y lo primero que debemos hacer para ayudarles, es recuperar su autoestima”, dice mientras maneja las tijeras con toda la habilidad que le han dado muchos años de experiencia.

Tiene razón.

En la silla se encuentra Jenni. Una mujer de 55 años. Llegó con el cabello sucio y muy maltratado. Lleva 20 minutos y poco a poco su rostro se va transformando.

Se levanta y se observa en el espejo. Se le sale una lágrima. Se siente bonita y joven. Se abraza a Cauich y le dice gracias una y otra vez.

“Hace mucho tiempo que no me sentía así”, me dice mientras se toca las puntas de su cabello recién lavado.

La labor de Cauich ha atraído a otros servicios sociales del condado de Los Ángeles que aprovechan la oportunidad para ofrecer regaderas portátiles para los indigentes. También llegan trabajadores sociales de diferentes agencias gubernamentales para ofrecer sus servicios de salud mental, de lucha contra las adicciones y recursos de vivienda.

“Este país me ha dado mucho”, dice Cauich. “Ayudando a los más vulnerables es una forma de regresar lo mucho que nos ha dado Estados Unidos”.

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