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“Venimos a trabajar y a progresar”, dice inmigrante propietaria de extensos campos de fresa

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Luz Gudiño Valdovinos sabe del trabajo duro. Llegó a Estados Unidos cuando tenía nueve años y junto a sus padres trabajó en la pizca de uva en el Valle de Coachella, California, donde las temperaturas en verano pueden sobrepasar con facilidad los 115 grados farenheit

Han pasado 40 años desde entonces y Gudiño sigue en el campo y trabaja de sol a sol y hombro con hombro con más de 3.000 trabajadores agrícolas que le ayudan a recolectar alrededor de 300,000 cajas de fresa por temporada de los tres campos agrícolas que posee en la zona agrícola de Santa María, en el valle central de California.

“He hecho de todo, desde deshierbar, empacar, “ponchar y regar”, dice orgullosa mientras supervisa la recolección de una cosecha de fresa de exportación. “Córtenla con cuidado y fíjense bien en el tamaño, no quiero que nos regresen nada”, les dice a los trabajadores mientras esperan en una línea para entregar el producto que se va a empacar.

Gudiño fue mayordomo durante más de ocho años y se dio cuenta que trabajando como lo hacía nunca iba poder aspirar a más. “En realidad yo conocía al derecho y al revés las operaciones del campo en el que trabajaba, así que un día decidí que yo podía hacerlo por mi cuenta”, dice con un suspiro.

“No sabía en lo que me estaba metiendo”, dice mientras se protege del sol. “Siempre me ha gustado mirar hacia arriba y me siento muy orgullosa de lo que he hecho y de lo que le he aportado a este país. “Me gusta mucho saber que puedo cumplirles cada semana a miles de trabajadores que llegan en busca de trabajo, como lo hacía mi mamá y mi papá”.

Originaria de Michoacán, México, Gudiño no habla por hablar. Cada temporada de fresa contrata a alrededor de 3.000 trabajadores y para ello, debe tener disponibles más de 100.000 dólares a la semana sólo para pagar la nómina y a los contratistas.

Actualmente tiene tres campos agrícolas que suman más de 80 acres de terreno. Pero además tiene una tienda donde sólo vende productos orgánicos.

Aunque a Gudiño se le ve en pantalones de mezclilla y cubriéndose del calor con una sudadera y con el rostro cubierto, lo cierto es que en cada temporada maneja grandes cantidades de dinero generadas por el trabajo de miles de trabajadores.

“Si, es una operación cara”, dice mientras hace las matemáticas de su negocio. “más o menos se necesitan unos $ 25.000 de inversión por acre de tierra, así que échele cuentas”, me dice con una carcajada.

“Para cultivar los 80 acres, necesito disponer cada temporada de alrededor de 2 millones de dólares”, dice mientras observa a los trabajadores que van de un lado a otro con las cajas de fresas recién cortadas.

Pero en esta empresa no está sola. Poco a poco se han incorporado sus hijos. Una de ellas es la encargada de las finanzas, otro estudió agricultura y se ha especializado en el control de plagas, otra es su secretaria y mano derecha.

Y cuando Gudiño no está trabajando en el campo, está pendiente de las noticias de los mercados financieros y de las fluctuaciones del precio de la fresa en los mercados internacionales.

“Si, es mucho estrés”, dice Gudiño. “Pero vale la pena. A eso venimos a este país, a trabajar, y a aportar lo mejor de nosotros a la sociedad”, me dice mientras me da una muestra de las fresas que están cultivando. “Son de las mejores del mundo, se lo aseguro”.

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