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Las enseñanzas del 9/11: No se debe permitir la agresión contra los migrantes

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El martes 11 de septiembre de 2001 cuatro grandes aviones comerciales fueron secuestrados y convertidos en armas mortales para cometer el mayor ataque terrorista sufridos por Estados Unidos en su historia.

Dos de los aviones ellos fueron estrellados contra las Torres Gemelas de Nueva York; otro fue impactado contra la fachada oeste del Pentágono, sede del Departamento de Defensa de Estados Unidos en Virginia, y uno más, cuyo objetivo era el Capitolio, sede de las dos cámaras del Congreso, en Washington D.C., cayó en un campo de Pensilvania, luego de que sus pasajeros intentaron someter a los terroristas.

El 11 de septiembre del 2001 provocó un cambio radical en el estilo de vida de los norteamericanos y modificó la sensación de seguridad que se había vivido en el país a lo largo de varias décadas. Nunca un ataque había golpeado tan cerca y dejado tantas víctimas.

Los ataques dejaron un saldo de poco menos de tres mil muertos y más de 25 mil heridos. La seguridad nacional se convirtió desde entonces en la prioridad de una sociedad que se vio vulnerada con una facilidad impresionante.

Se instauraron nuevas medidas de control en los aeropuertos, en las fronteras, en las embajadas. El alcance de las organizaciones terroristas parecía ser impredecible, no sólo en Estados Unidos, sino en otras partes del mundo, como en España, que el 11 de marzo del 2004 sufrió atentados similares, lo mismo que Inglaterra el 7 de julio del 2005.

Sin duda el efecto más inmediato de estos atentados fue la islamofobia desatada en contra de la comunidad árabe en todo el mundo occidental. Esta “islamofobia” se reforzó una y otra vez en los discursos oficiales del presidente George Bush y se repitió una y mil veces en series de televisión y películas.

De hecho, tal vez esa sea la lección más importante que debemos aprender después de casi un cuarto de siglo: No se debe permitir la manipulación y la criminalización de todo un sector de la población por actos cometidos por personas aislados.

Esta criminalización en contra de los musulmanes, también podemos verla en contra de las comunidades migrantes, que una y otra vez son acusadas de cometer todo tipo de crímenes en Estados Unidos.

En el debate en la víspera de este aniversario entre los candidatos a la presidencia de Estados Unidos uno de los aspirantes a la presidencia caracterizó una vez más a los inmigrantes como hordas de salvajes que incluso en algunos pueblos de Estados Unidos se roban las mascotas para comérselas.

Las sociedades no deben olvidar el mantra de Joseph Goebbels, jefe de propaganda nazi, que aseguraba que una mentira repetida mil veces se convierte en realidad.

Y que una vez que la mentira ha sido instaurada en la mente del ciudadano común, los actos de violencia en contra de esa comunidad, son cada vez más probables, debido a que se les ha deshumanizado y convertido en un objeto contra el que se puede descargar el odio y frustración.

Por otro lado, los habitantes de las grandes ciudades quedaron sometidos a una suerte de terror latente por lo que pudieran hacer los grupos terroristas islámicos. Y, por desgracia, se concretaría el 11 de marzo de 2004 en Madrid, España, y el 7 de julio de 2005 en Londres, Inglaterra, con la ejecución de otros atentados yihadistas.

Un efecto más del 11/9 fue la islamofobia que surgió en Estados Unidos y que estuvo vigente con mayor fuerza hasta el 20 de enero de 2009, cuando el mandato del presidente George W. Bush llegó a su fin.

“Esta islamofobia se infiltró, a partir del discurso antiislámico de Bush, en los sectores más influyentes del establishment político estadunidense. Ahora bien, hay que dejar muy claro que el islamismo no es sinónimo de terrorismo. Los ataques del 11-S fueron resultado de una acción del yihadismo radical, que ciertamente es islámico, pero que representa sólo a una minoría de los integrantes del mundo musulmán”, indica Valdés Ugalde.

Para aminorar los efectos de esta islamofobia y sentar las bases de un reencuentro con el mundo musulmán, el cual es clave para la seguridad internacional, el 4 de junio de 2009, el presidente Barack Obama pronunció en Egipto lo que se conoce como el discurso de El Cairo.

“De algún modo, Obama logró su cometido con él. Los actores internacionales le dieron la bienvenida a esta posición conciliadora de Estados Unidos y la islamofobia se atenuó. Sin embargo, con la llegada al poder de Donald Trump en 2017, las medidas antiislámicas volvieron a intensificarse, especialmente en relación con la entrada de inmigrantes musulmanes en territorio estadunidense. Esto de nuevo estiró la liga. Los países occidentales tienen esta asignatura pendiente, que incluye asumir una actitud humanitaria ante los sectores de población árabe que son marginados, discriminados e incluso victimizados brutalmente en las naciones donde los yihadistas han perpetrado atentados terroristas.”

En conclusión, los ataques del 11 de septiembre de 2001 no sólo dejaron un saldo de poco menos de tres mil muertos y más de 25 mil heridos (muchos de ellos con heridas físicas y emocionales permanentes), sino también aterrorizaron y sumieron en la incertidumbre a gran parte de la humanidad.

Además, en 20 años Estados Unidos gastó 2 billones 313 millones de dólares como resultado de la guerra contra Afganistán y su ocupación, la cual terminó oficialmente el 31 de agosto de 2021.

Han pasado 23 años desde entonces. Todos los anos los medios de comunicación retomams esta fecha y hacemos un homenaje a los caídos, celebramos el patriotismo y recordamos a nuestros muertos.

Pero yendo un poco más lejos, este año la reflexión va en torno a la importancia de evitar la manipulación y tergiversación de la información como la ocurrida inmediatamente después de la caída de las torres gemelas.

Inmediatamente después de la tragedia, toda una maquinaria de propaganda localizó a un chivo expiatorio y buscó tomar venganza de la manera más rápida posible.

Todavía a más de 20 años de distancia suena difícil de creer que Osama bin Laden haya logrado planificar el ataque terrorista más mortífero de la historia desde unas remotas cuevas en Afganistán.

A 20 años de aquel suceso que cimbró y cambió al mundo entero, José Luis Valdés Ugalde, investigador del Centro de Investigaciones sobre América del Norte (CISAN), afirma:

“El 11-S significó, en primer lugar, la fractura de la arquitectura del sistema internacional, que encabeza la Organización de las Naciones Unidas y que tiene en Estados Unidos uno de sus puntales más importantes. Asimismo, fue un atentado contra los actores de desarrollo y de identidad civilizatoria estadunidenses –los establishment financiero, militar y político, representados por las Torres Gemelas, el Pentágono y el Capitolio, respectivamente– y una embestida contra la seguridad de la sociedad del vecino país del norte.”

En opinión de Valdés Ugalde, si los estadunidenses tenían la creencia de que vivían en un espacio seguro, en el que tanto a nivel público como a nivel privado podían poner en práctica todos sus derechos y desarrollar todas sus capacidades sin ningún obstáculo, dicha creencia se vino abajo esa mañana del 11 de septiembre de 2001.

“Con el derrumbe de la Torres Gemelas, la estabilidad psicológica y emocional de los habitantes de Estados Unidos también se derrumbó. Ese día, aquella sociedad en su conjunto sufrió un shock cultural, político, psicológico y emocional muy fuerte. A partir de entonces ya no se sintió protegida”, agrega.

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