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COVID-19: La pandemia que nos cambió la vida

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El 11 de marzo de 2020, cuando se declaró la emergencia mundial por la pandemia de COVID-19, nadie sabía a ciencia cierta lo que esto significaba.

Los que se encontraban viajando de un país a otro tuvieron que bajarse de los aviones y esperar la orden de partida. Los cruceros fueron detenidos en alta mar porque ningún puerto quería recibirlos. Se cerraron las oficinas, los bancos y las escuelas.

Las noticias se iban sucediendo una tras otra: Hay miles de infectados en Nueva York; la cifra de muertes está creciendo en California. Italia se ha convertido en un cementerio. En las zonas rurales de España la gente está muriendo por montones.

Las anécdotas milagrosas también se multiplicaron, como la del periodista de San Diego que se infectó y cayó en coma y cuando la familia fijó un plazo de diez días para desconectarlo de la máquina que lo mantenía con vida, despertó como por arte de magia diez minutos antes.

Tal vez el factor común de todos los que vivimos ese momento fue la incertidumbre y la sensación de desamparo. Mientras los médicos y especialistas trataban de explicar lo que estaba pasando, la gente común y corriente pensaba que el virus se trasmitía prácticamente de todas las formas posibles, una creencia reforzada ante las fotografías de los prestadores de servicios médicos y el personal de los hospitales que vestían trajes “espaciales” cuando recibían o atendían a los pacientes.

Recuerdo bien que me dirigí a un hospital de San Diego para ver de cerca lo que estaba pasando y ninguno de los compañeros periodistas quería acercarse a menos de 150 metros por temor a resultar infectados.

El miedo no era para menos

Para enero de 2021, diez meses después de declarada la emergencia por COVID-19, el virus había matado a 2,5 millones de personas en todo el mundo. Para agosto del 2023 se habían registrado más de 760 millones de casos y 6.9 millones de defunciones desde que inicio el conteo en diciembre de 2019.

La sensación de miedo crecía al tiempo que las grandes empresas farmacéuticas trabajaban a toda velocidad en busca de una vacuna. Los ejecutivos de esas empresas sabían muy bien que quien la encontrara primero, multiplicaría por 1000 el valor de sus acciones en el mercado.

En diciembre del 2020 la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) autorizó el uso de emergencia de dos vacunas de ARNm contra el COVID-19: la de Pfizer-BioNTech y la de Moderna. Y entonces surgió una nueva discusión. Algunos grupos religiosos aseguraban que las vacunas estaban fabricadas con tejidos de embriones humanos. Otros grupos, conocidos como los Antivacunas, aseguraban que provocaban problemas de salud y afectaciones en el sistema nervioso central.

Pero no sólo eso. A medida que la pandemia se fue profundizando, los partidos políticos asumieron posiciones que se manifestaban claramente en los estados gobernados por uno u otro partido. En los estados dominados por los demócratas, como California y Nueva York se promovió la vacunación masiva, el cierre de las actividades económicas y la utilización de cubrebocas. En los estados republicanos las medidas fueron exactamente a la inversa.

Cuál de las estrategias fue la correcta, hasta el momento nadie lo sabe, pero las autoridades de salud siguen recomendando utilizar cubrebocas en espacios cerrados cuando hay un brote de COVID-19, también sigue promoviendo la vacunación, especialmente entre las poblaciones más vulnerables como los ancianos, los niños y las personas con los sistemas inmunológicos comprometidos.

La vida después del COVID

Entre las consecuencias más comunes de la pandemia fue el elevado ausentismo en las escuelas y un desplome del aprendizaje académico. Al parecer las clases en línea no fueron lo eficientes que se esperaban.

Entre los más jóvenes se dispararon los problemas de socialización y la adicción a las redes sociales y en términos generales los problemas de salud mental.

Después del COVID, los trabajadores que fueron calificados como esenciales durante la pandemia, reclamaron su derecho a un salario justo y a condiciones de seguridad en los centros de trabajo. Estos trabajadores del campo, de fábricas, de procesamiento de alimentos, sufrieron numerosas bajas durante la emergencia.

En aspectos más positivos ante la fragilidad de la vida y la cercanía e la muerte, muchos trabajadores que vivían esclavizados en sus oficinas con horarios de trabajo infernales decidieron que no querían seguir viviendo así y entonces apareció toda una generación de trabajadores llamados los nómadas digitales, que se trasladaron a diferentes partes del mundo para trabajar desde ahí en sus computadoras.

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